
Un puente entre generaciones revolucionarias
En la historia de Cuba, son varias las figuras que lograron tejer con maestría el hilo que une la lucha por la independencia con la justicia social. Un ejemplo de ello es Carlos Baliño y López, quien se erige como un puente entre dos grandes generaciones de revolucionarios: la de José Martí y la de Julio Antonio Mella.
Nació en Guanajay, en la actual provincia de Artemisa, el 13 de febrero de 1849. Desde joven mostró un gran interés por las ideas progresistas, y su trayectoria estuvo marcada por una profunda vocación patriótica y un compromiso inquebrantable con la justicia social.
Junto a José Martí, en 1892, participó en la fundación del Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo principal era lograr la unidad en la lucha por la independencia de nuestro país frente a la dominación española. Su trabajo reflejaba una clara convicción de que la libertad debía estar acompañada de una transformación social profunda, en la que los trabajadores y campesinos tuvieran un papel protagónico. Martí y Baliño compartían una visión de una Cuba libre y justa, y su colaboración fue fundamental.
En 1904, Baliño participó en la organización del Partido Obrero, que, gracias a su iniciativa, se transformó en el Partido Obrero Socialista. Desde esta plataforma, contribuyó activamente con sus escritos en La Voz Obrera, el órgano oficial del partido. Dos años después, en 1906, firmó el acta de constitución del Partido Socialista de Cuba, surgido tras la fusión del Partido Obrero Socialista con la Agrupación Socialista Internacional, entidad que también contó con su valioso apoyo. Además, fue miembro destacado de la Agrupación Socialista de La Habana, llegando a ocupar la presidencia en 1910.
Durante esta etapa, colaboró en diversas publicaciones obreras y socialistas, entre ellas El Socialista, órgano de la Agrupación Socialista, así como en El Productor, El Obrero Cigarrero y Justicia y Lucha de Clases, revista de la cual fue director. A partir de 1919, dedicó esfuerzos a la reorganización de los pequeños grupos socialistas, fomentando su agrupamiento en organizaciones comunistas que sentaron las bases para el movimiento revolucionario cubano.
Años después, en 1925, junto a Julio Antonio Mella, fundó el Partido Comunista de Cuba, dando continuidad a su compromiso con la transformación social. Si el primer partido revolucionario buscaba la independencia nacional, este segundo movimiento impulsó la lucha por los derechos de los trabajadores y la construcción de una sociedad socialista. Así, el pensamiento de Baliño fue un puente entre la independencia y el marxismo, uniendo la causa patriótica con la justicia social.
Su visión y acción sirvieron de antesala para el Partido Comunista de Cuba (PCC) actual, que se consolidó como la principal fuerza política del país y representa la continuidad de una lucha histórica que ha marcado el destino de la nación. Su existencia no es un hecho aislado, sino el resultado de un proceso revolucionario que comenzó con la búsqueda de la emancipación y evolucionó hacia la construcción de una sociedad más equitativa.
Como continuador de las ideas de sus padres fundadores (Martí, Mella y Baliño), el PCC, más que un partido político, es el símbolo de la voluntad de los cubanos de tomar las riendas de su destino, de construir un presente y un futuro guiados por los principios de justicia e igualdad. Su legado es el reflejo de una nación que ha demostrado al mundo que el cambio verdadero nace de la determinación y el sacrificio colectivo.
Nuestro partido es la expresión más clara de una lucha histórica que ha definido el rumbo del país, y su existencia no se entiende sin el camino trazado por generaciones de revolucionarios que, con sacrificio y determinación, lucharon por un país verdaderamente libre e independiente.
A la edad de 78 años, Carlos Baliño falleció el 18 de junio de 1926, y hoy, a 99 años de su desaparición, sigue siendo reconocido como un símbolo del pensamiento revolucionario cubano. Influye en generaciones de líderes y en la construcción del modelo político actual. Su historia es un claro ejemplo de que la transformación social es un proceso continuo, en el que las ideas revolucionarias deben adaptarse y evolucionar para enfrentar los retos de cada generación.
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