
Fidel y el mundo que nos rodea, con médicos cubanos es mejor
Danli, sur este de Honduras. Hoy Alejandro ha tenido un día extenuante; se levantó bien temprano, se aseó porque en la tarde generalmente falta el agua, y salió disparado para el punto médico, como a 8 cuadras del lugar donde reside.
Alejandro es miembro de la Brigada médica cubana emplazada en este territorio centro americano, donde a unos 180 km de distancia de dicho puesto médico, se ubica la base militar más grande que tienen los norteamericanos en las Américas, fuera de su territorio. Esta circunstancia le recuerda siempre a Alejandro y a quien quiera verla, la diferencia: los gringos envían marines y Cuba médicos.
El radiólogo de Artemisa, de donde es Alejandro, opera el único equipo de ultra sonido que hay en no se sabe cuántos km a la redonda, y lidia cotidianamente con la masividad de sus pacientes, gente humilde si las hay, que tal vez por primera vez en su vida son auscultados con este tipo de tecnología. Algunas, muchas, son jóvenes, muy jóvenes, embarazadas, otros con dolencias inescrutables ante un simple chequeo clínico y que pueden salvar la vida con un diagnóstico radiológico.
Alejandro no espera reconocimientos de nadie, 2estoy cumpliendo con mi deber dice", cuando le preguntan qué gana con estar allí, incluso asegura que también está aprendiendo con sus colegas hondureños; tal vez ni sepa una estadística comparativa, que esos 60 pacientes que atiende en un día, son el doble de lo que se atendía en una semana, antes de que llegaran los cubanos, es decir la Brigada.
La gente también identifica a Alejandro y a tantos médicos que han pasado por ese país con Fidel, a secas, como los lugareños se refieren al líder cubano. "Ah, ¿usted es de los que manda Fidel?", así le preguntan y Alejandro asiente con orgullo indisimulado.
La nieve amaneció tremenda, y a más de mil pies de altura sobre el nivel del mar, mucho peor, nada que ver con lo que se vive en Cienfuegos, de donde es Patricia, médica general integral, que convocada por el Contingente Henry Revee, aterrizó hace un mes en Pakistán, después del catastrófico terremoto.
Para Patricia es realmente tremendo desafío, cualquiera que no la conozca, ni sepa de qué estirpe está imbuida, no entendería que hace una mujer joven, donde hay tantos prejuicios de origen religioso, donde se habla pastún, con suerte alguien que también balbucee el inglés y arriba de todo eso, el clima, la altura, en fin.
Patricia ya parece una más allí, respetada por sus compañeros de Brigada y por los pakistaníes que la visitan, dolidos por los estragos del terremoto, muchos desmoralizados, con familias diezmadas, predominan los menores de edad.
Dice Patria que la gente que aquí arriba nunca habían visto un médico, y vinieron al hospital de campaña instalado por la Brigada, porque les dijeron que allí hay personas, amables, incansables, como si no durmieran, que además entregan medicinas gratuitamente, tampoco cobran la consulta ni la atención. En las comarcas a la redonda no salen del asombro al saberse que un día, el dichoso hospital se vino abajo en la madrugada, tras una copiosa nevada, y que al mediodía los propios médicos caribeños lo levantaron otra vez.
Acá los pacientes son muy introvertidos, son sus costumbres, pero con Patricia parece ser otra cosa; las mujeres le acarician las manos y le hacen reverencias tal cual harían ante una deidad, son gestos que rompen la barrera del idioma. Y los hombres agradecen a Ala y a Fidel, que usa barba como ellos, por el regalo que les ha enviado y le imploran a Patricia para que no regrese a Cuba.
Cuando Julián llegó a una Isla del Caribe, no importa el nombre, pensó que haría su trabajo de rutina, revisar y eventualmente operar de cataratas a los pacientes, en su calidad de cirujano oftalmólogo.
Desde La Habana, estaba impuesto de este proyecto increíble, imaginado por Fidel y Chávez para eliminar el pterigion y la catarata en América Latina; hasta Julián estaba incrédulo por la grandeza de este proyecto; ya sabía que Fidel era incapaz de concebir algo que no fuera colosal, como dijo el Gabo, pero bueno esto era simplemente mágico.
En prácticamente unas semanas, Julián y el resto de los compañeros de la Brigada habían sacado de la oscuridad, literalmente, a cientos de pacientes, prácticamente todos los que habitaban en la Isla identificados con esas dolencias. Atendieron niños que únicamente conocían a sus padres por el sonido de sus voces, tal vez por el olor; a abuelas que habían desistido de disfrutar el color del mar circundante, del rostro de sus familiares y descendientes.
Un día, cuando Julián le quito la venda a Margaret, una de sus pacientes, con lo primero que se topó, después de años sin visión, fue desde luego el rostro del médico y unos metros atrás, una foto de Fidel, colgada allí. Se levantó tambaleante y preguntó, "quien es ese sr"; Fidel, le respondió Julián. Margaret se santiguó inclinándose brevemente, "gracias Fidel", dijo, "tú y tu gente me han devuelto la vista".
El efecto de esta colaboración masiva en esa Isla del Caribe hizo que su principal líder la calificara de Operación Milagro; desde entonces recuperaron la vista más de 3 millones de pacientes de todas partes de América, también gringos por cierto.
Si en algún lugar ha persistido en el tiempo y en el espacio la inseguridad ciudadana y la inestabilidad política ha sido en Haití. Su capital, Puerto Príncipe, se ubica a 389 km de Santiago de Cuba, desde donde viajó Emilio, donde se desenvolvía como cirujano general.
En Haití la vida es difícil, cualquiera puede quedar atrapado en un tiroteo, en una pelea territorial entre bandas o grupos políticos que muchas veces en la historia contemporánea, han dirimido sus diferencias a plomazo limpio.
Emilio y sus compañeros trabajan en dispersos centros asistenciales y son no solo queridos sino preservados por la gente allí; se puede perder un tiro pero, milagrosamente ninguno impacta en los de la Brigada médica cubana, que por 25 años están prestando servicios gratuitamente, incluido los heridos por las mencionadas refriegas.
El fin de semana anterior fue del cara…, llegaron varios heridos, embarazadas al borde del parto, hasta un infartado, rara enfermedad en el lugar donde esta Emilio. Cuando tanta desgracia te abruma, Emilio se acuerda de Fidel, de su sacerdocio a favor de la salud pública gratuita; también se acuerda de los próceres haitianos, que convirtieron esta isla en el primer lugar donde los americanos se independizaron de las metrópolis europeas.
En octubre, Montevideo transita hacia la primavera, después de un invierno sureño, el peor dicen los entendidos, porque además de temperaturas cercanas a cero grado centígrado llueve intermitentemente, imagine usted, frio y pasado por agua.
El viernes 13 de octubre de 1995 arribó Fidel a esta ciudad, en un periplo que le llevaría también a la turística ciudad argentina de Bariloche, ubicada más al sur aún, a participar en una de las cumbres iberoamericanas.
Habían pasado 36 años, 5 meses y 11 días de su primera visita, es decir en mayo de 1959; curiosa circunstancia que en medio de tantos desafíos a meses de derrotar la tiranía, Fidel se tomara un tiempo para viajar prácticamente 8 o 9 horas en avión hacia un país como Uruguay, estado tapón le decían, inventado supuestamente para interceder entre Brasil y Argentina, inmersos en eternas guerras territoriales.
El vínculo de los cubanos con los uruguayos es muy anterior, cuando los segundos proveían de carne salada, tasajo le dicen en Cuba, para alimentar las dotaciones de africanos esclavizados en las plantaciones cañeras cubanas. Tal vez influye también el saberse pequeños y enfrentados a grandes y belicosos vecinos.
El líder revolucionario recibió las llaves de la ciudad ese 13 de octubre de manos del intendente Mariano Arana, como parte de una agenda cargada de emociones, aunque en honor a la verdad, nunca fueron tan intensas como las vividas minutos después de terminar la ceremonia.
Afuera, en la icónica avenida 18 de julio, donde se ubica el imponente edificio de la Intendencia, unas 60 mil personas se mantienen a pesar del frio, esperanzados de escuchar y ver al líder revolucionario; a simple vista se ve que es una concentración enorme, para una ciudad de poco más de 1 millón de habitantes.
Llegado el momento y sin previo aviso, el comandante salió al enorme balcón que da directo a la explanada; la reacción de la multitud fue inesperada, inusual para usar un término comedido, centenares de personas comenzaron a llorar, si, a llorar, como si hubieran llegado al máximo de un sentimiento contenido durante años. Como se sabe, al igual que la risa, el llanto también se contagia y ahí estaban, miles de seres llorando por ver de cerca a Fidel.
Cualquier cosa que se agregue para explicar esto queda sobrando, simplemente decir que muy pocas personas en la historia logran semejante reacción en una multitud.
Aquí también llegó la Operación Milagro, el 27 de noviembre se cumplen 16 años que están por allá.
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