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El adiós que resuena: la carta de despedida del Che a Fidel

Rafael Hidalgo Fernández*
PCC
La carta, leída por un Fidel visiblemente emocionado el 3 de octubre de 1965, no sólo marcó el fin de la presencia física del Che en la Revolución Cubana, como hombre de ideas avanzadas y constructor creativo e imprescindible, sino que también se convirtió en un símbolo de la lealtad revolucionaria, el internacionalismo y el compromiso antiimperialista.

 

“No hay más cambios que hacer;
o revolución socialista
o caricatura de revolución”.

Ernesto Che Guevara.[1]

Hace sesenta años, en abril de 1965, Ernesto Che Guevara escribió una de las cartas más emblemáticas del siglo XX, la que dirigió a Fidel Castro a modo de despedida. Por los valores intrínsecos de ésta, debería ser objeto de relectura y reflexión periódicas. Pero no como un ejercicio de arqueología política, sino para encarar las contradicciones de nuestro tiempo y para responder algunas de las preguntas claves de éste, sobre todo en los campos de la ética y la política. En uno y otro, la carta interpela y obliga a meditar.

Con estilo impecable, en 605 palabras, el Che sintetiza su trayectoria cubana entre julio de 1955 y el momento de su partida hacia “otras tierras”, a fines de marzo de 1965. Y, además, aporta razones esenciales que ayudan a comprender el significado paradigmático que finalmente tuvieron sus relaciones con Fidel y con el pueblo cubano que, como él reconoce, “ya es mío”.

De principio a fin, cada énfasis y cada precisión del texto, inspira a conocer mejor por qué el Che fue acogido por ese pueblo como un hijo que jamás pierde la capacidad de sorprender en virtud de la validez intemporal de sus ideas, de la fuerza emanada de su coherencia y de su vida ejemplar, muy especialmente, como dirigente revolucionario que transformó la austeridad y el sacrificio cotidiano en sellos de identidad difíciles de igualar: dos razones que, por sí solas, explican por qué su figura interpela y compulsa tanto a los verdaderos revolucionarios, e irrita en igual medida a los que no lo son, aunque posen de tales.

La carta, leída por un Fidel visiblemente emocionado el 3 de octubre de 1965, no sólo marcó el fin de la presencia física del Che en la Revolución Cubana, como hombre de ideas avanzadas y constructor creativo e imprescindible, sino que también se convirtió en un símbolo de la lealtad revolucionaria, el internacionalismo y el compromiso antiimperialista, indispensables para la preservación de esta otra tríada: la Revolución, el Socialismo y la Independencia de Cuba en cualquier circunstancia.

Seis décadas después, el contenido del texto invita a profundizar, de manera particular, en los factores a partir de los cuales emergió, se desarrolló y consolidó una de las más hermosas y aleccionadoras relaciones de hermandad en el campo revolucionario, la de él con Fidel. 

Identificar estos factores constituye una necesidad y un deber político e intelectual cuando no son pocos los silencios inexplicables en el campo revolucionario respecto a la vida y obra del Che, y cuando sobran las manipulaciones malintencionadas, sobre todo entre los enemigos de la Revolución Cubana, al abordar la relación entre éste y el líder al que siempre elogió con humildad, probablemente sin reparar en su propia grandeza.

Escrita durante la segunda quincena de marzo, previo a su salida de Cuba, la carta es entregada sin fecha el 1 de abril, a fin de que fuese divulgada en el momento adecuado. Ese momento se torna ineludible al producirse la clausura de la reunión constitutiva del actual Partido Comunista de Cuba, cuando es presentado su primer comité central. 

En estas circunstancias era obligado explicar al pueblo por qué una figura emblemática e imprescindible para la victoria del primero de enero de 1959, y para la materialización de los cambios de los primeros 6 años de la Revolución en el poder, no figuraba como integrante del máximo órgano colegiado del nuevo partido. El hecho constituyó, además, la primera confirmación oficial de la razón histórica por la cual el Che había salido de Cuba. También representó el desmentido necesario a la cadena de especulaciones malsanas, promovidas al respecto por los enemigos de la Revolución.

Por su estilo sintético y sustantivo a la hora de plasmar por escrito sus vivencias, sus ideas y sus percepciones sobre la experiencia vivida en Cuba, merece ser compartida casi en su totalidad. Así lo demuestran las referencias que siguen, cuya secuencia de ideas se respeta:

“Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los preparativos. 

“…Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera)”

Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la Revolución Cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo que ya es mío”

“…creo haber trabajado con suficiente honradez y dedicación para consolidar el triunfo revolucionario…”

“…Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente claridad tus cualidades de conductor y de revolucionario”

“He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios”.

“Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos”.

“En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté, esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura”.

“Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos. Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra Revolución y lo sigo estando.”

Como dimana de los contenidos seleccionados, la carta obliga de inmediato a tratar de entender ¿por qué en la primera conversación entre ambos, Fidel decide proponerle al Che que fuera uno de los futuros integrantes de la expedición liberadora? ¿Cuánto conocía, en ese instante, sobre el joven argentino, ya familiar para algunos exiliados cubanos que habían pasado por Guatemala, entre ellos Ñico López? ¿Qué pudo haber expresado Raúl Castro a Fidel sobre Ernesto y por qué facilitó el histórico intercambio? El hecho inequívoco es que ellos fueron los dos primeros integrantes del futuro Granma.

Dos factores dificultan la respuesta a la primera pregunta: lo hablado in extenso entre ellos nunca ha trascendido y la política de integración de la misión liberadora no contemplaba la incorporación de extranjeros.

La propuesta al Che, en consecuencia, emerge como una decisión de carácter excepcional, que hoy es imposible fundamentar a partir de fuentes documentales, aunque sí sería factible una aproximación a las razones que la originaron, a partir de: a) los ejemplos reiterados de lealtad y admiración mutua entre ellos; b) las posiciones políticas e ideológicas de idéntico contenido que tuvieron en temas centrales como el antiimperialismo y el internacionalismo; y c) si advertimos el modo común de razonar y actuar en política a partir de las demandas, las necesidades y las expectativas del pueblo. Pero este ejercicio supera las exigencias del presente texto.

Lo esencial aquí es que una decisión de carácter excepcional posibilitó que emergiese un símbolo con múltiples significados: el Che. Y que uno de ellos se expresó en un terreno vital para el presente de la Revolución Cubana y el conjunto de las fuerzas revolucionarias: el de la ética política.

Sólo un ejemplo: en un mundo dominado por el pragmatismo, el individualismo y la búsqueda del beneficio personal dentro del “vale todo”, la renuncia del Che a cargos y grados, al calor de su familia y a los reconocimientos espontáneos de un pueblo que le admiraba, con tal de seguir sus ideales de lucha a favor de otros pueblos, su decisión choca frontalmente con las tendencias arriba descritas y nos deja con esta interrogante: ¿a qué estoy dispuesto a renunciar por mis convicciones? 

La pregunta vale tanto en singular como en plural. Y remite a Cuba y la Revolución, a lo que una y otra demandarán de cada patriota sincero en un contexto externo hostil, y a uno interno que tiene muchas rectificaciones propias que hacer, pero con el pueblo organizado como protagonista consciente y decisivo. 

La posibilidad de perder la vida: aparece en la carta a Fidel y en otras que hace con igual carácter, a sus hijos y a sus padres. Lo que afirma al respecto remite, una y otra vez, a una personalidad que transformó la coherencia y el servicio a los demás en valores cotidianos. Para este observador, el rasgo que sobresale es la serena evaluación de una de las opciones posibles cuando se participa en una lucha revolucionaria, no una predisposición al martirio, ni menos aún una visión fatalista.

    Es sugerente, en este sentido, la misiva que dirige a los niños: al principio advierte que, si “alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre ustedes”. Pero la concluye de un modo que emociona y obliga a meditar: “Hasta siempre hijitos, espero verlos todavía”.

Enfrentar con serenidad la posibilidad de la muerte en aras de una causa mayor no sólo inspira máximo respeto, sino que nos coloca, como cubanos, ante una disyuntiva probable: es bueno no olvidar que mientras exista el Imperialismo la única solución de valor suficiente es ver al pueblo cubano de rodillas, habrá serios peligros a la vista y habrá que estar dispuestos a todo para salvar la obra creada, y para mejorarla en todo lo que sea posible con esfuerzos propios.

Dos afirmaciones podrían asumirse como referentes de modestia a preservar: a) “Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la Revolución Cubana en su territorio”; y b) “…creo haber trabajado con suficiente honradez y dedicación para consolidar el triunfo revolucionario…”. Ambas ciertas, pero  modestas, en grado supremo, respecto al contenido multifacético de sus aportes a la Revolución, tanto en la política interna como en la fase fundacional de las proyecciones internacionales, estatales y políticas, de Cuba. 

No por casualidad fue para Fidel, en uno y en otro campo, un interlocutor leal, culto e imprescindible, con un pensamiento estratégico que le permitió anticipar y advertir contradicciones que luego la vida confirmó. No se exagera en lo más mínimo si se afirma que por la validez de sus ideas en los planos político, ideológico, económico y ético, el Che es uno de los pilares teóricos,[2] de la Revolución Cubana y un símbolo de cómo se deben juntar, en la práctica, el decir y el hacer en los dirigentes revolucionarios. No por casualidad, Fidel expresó a Gianni Miná que a veces soñaba que estaba hablando con el Che.

Para éste — rasgo que Fidel debe de haber admirado mucho, pues era parte de su propia ética política — la crítica y la autocrítica eran para la práctica revolucionaria como el aire lo es para respirar y vivir. Aun cuando las cosas marchasen bien, uno y otro siempre buscaban cómo mejorarlas. Es lo que estrictamente sería equivalente a “perfeccionar”. 

Esta práctica, de manera esencial, estaba asociada a otro valor central, la sinceridad. Ello explica que Fidel haya valorado esta afirmación (“…Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra…”) como un exceso de honestidad del Che. 

Lo esencial estaba y está, sin embargo, en la afirmación siguiente (“…me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios”). El sentido de fidelidad que esta expresión refleja está presente en otra carta a Fidel, la del 26 de marzo del propio 1965, concebida como personal, donde el Che se siente obligado a compartirle a éste el balance de sus preocupaciones sobre asuntos claves para la Revolución, como la política económica y la labor del Partido. 

Esta segunda carta, además de lucidez y franqueza, obliga a que hoy nos hagamos esta pregunta para mejorar la obra de la Revolución: ¿cómo conciliar de manera estricta el sentido guevariano de la lealtad con el ejercicio martiano de la crítica: sin morder, dando siempre prioridad al bien común? 

Se puede afirmar sin temor al error, que la carta de despedida a Fidel que ha concentrado la atención de estas notas, y la del 26 de marzo, constituyen verdaderos monumentos a la honestidad. Y también a la confianza mutua en el marco de las relaciones entre revolucionarios.

En un contexto internacional marcado por la fase más violenta del imperialismo estadounidense, con expresiones cada vez más fascistas y destructivas en todos los órdenes, cobra vigencia renovada esta expresión del Che: “En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté…”.

Mantener firme esa proyección antiimperialista, de manera estrecha con el ejercicio consecuente del internacionalismo defendido por Fidel Castro y el Che, pasan a ser, en el contexto descrito, condición de sobrevivencia y desarrollo exitoso de la Revolución: las élites ultraconservadoras de los EEUU no quieren una Cuba más democrática (rasgo esencial del socialismo que necesitamos construir), sino una Cuba arrodillada y a su servicio. Ambos tenían absoluto convencimiento de ello: hoy nos iluminan también a partir de esta convicción

 

*Sociólogo


[1]   En su Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, el Che afirmó: “Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo — si alguna vez la tuvieron  y sólo forman su furgón de colaNo hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revoluciónEsta última frase, intencionalmente subrayada en el exordio, aunque fue expresada para otro contexto, vale para hoy, 60 años después, como respuesta inequívoca frente a los planes de restauración capitalista que existen para Cuba y están en pleno desarrollo por parte de Washington. A los Obama y compañía. A los Trump y Marco Rubio, y a sus aliados en Cuba, es pertinente anticiparles: en esta parte del Caribe no habrá restauración capitalista al estilo del Este europeo en los años 90, ni a ningún otro. Los intentos en tal sentido serán respondidos con el lenguaje y la acción de Antonio Maceo, muy especialmente en Baragua. Valga el símbolo.

[2]   Para entender lo afirmado, además del estudio serio de lo expresado por Fidel sobre el Che, es pertinente la lectura del libro El Pensamiento Político del Che. Permite entender el sistema de pensamiento complejo que éste desarrolló.

Palabras clave
Fidel Castro
Ernesto Che Guevara

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